Desmognathus fuscus, también conocida como la salamandra de montaña del norte, es una especie de anfibios que abunda en las regiones boscosas de Norteamérica. Este ser de hábitos nocturnos encuentra su hogar en zonas húmedas como arroyos, riachuelos y muy especialmente, bajo las piedras y troncos caídos.

Su apariencia es inconfundible: su piel, escamosa y húmeda, refleja los colores del goteo del bosque, con matices pardos, oliváceos, rojizos y negros. Su cuerpo esbelto, que puede llegar a medir de 7 a 13 centímetros de longitud, se ciñe al suelo montañoso moviéndose con una agilidad particular propia de las criaturas del bajo bosque.

Viven en un reino de sombras y penumbras, son criaturas crepusculares por excelencia, pues evitan el calor excesivo y el sol radiante. La alimentación de estas salamandras es variada, desde pequeños artrópodos, moluscos hasta pequeñas ranas, su presa es diversa y su estrategia de ataque se basa en un asecho inmóvil e inesperado.

Pero lo que realmente fascina de este pequeño ser es la evolución del huevo a adulto. En las primeras semanas de primavera, suelen desovar de 16 a 34 huevos en una especie de nido que la madre construye por sí misma bajo piedras o troncos. La madre permanecerá junto a los huevos hasta la eclosión para protegerlos de posibles amenazas. Tras romperse el cascarón, las crías, muy pequeñas y frágiles, son llevadas por la corriente hasta un lugar seguro donde crecerán a su ritmo, dependiendo del alimento y las condiciones climáticas.

Todo un prodigio de supervivencia, la Desmognathus fuscus ejemplifica la majestuosidad de la vida en los rincones más oscuros del bosque, adaptándose a los rigores del clima y las amenazas naturales con astucia y paciencia. Como en toda obra de arte natural, en ella se observa el poder de la evolución y la lucha por la supervivencia.