El oso pardo, conocido científicamente como Ursus arctos, es uno de los mamíferos más grandes y emblemáticos del hemisferio norte. Este majestuoso gigante de la naturaleza, a veces oscila en los tonos de pelaje desde un pardo más oscuro hasta un dorado más brillante. Desfila con una corpulencia que puede alcanzar hasta los 3 metros de largo y un peso de hasta 350 kilogramos, lo que le convierte en una criatura imponente en el reino animal.

El oso pardo habita principalmente en la amplia tundra siberiana, los frondosos bosques de América del Norte y Europa, siempre en busca de los bosques más densos y los sistemas de ríos vibrantes de vida. Se le perfila como un omnívoro oportunista cuya dieta se rige por la estacionalidad. Devora bayas y frutos, pero también no desaprovecha la ocasional carroña o el salmón que salta en los ríos durante la temporada de pesca.

Los osos pardos son animales solitarios, prefieren la soledad de las vastas tierras que habitan, salvo en la temporada de cría. En este aspecto, las madres osas son ejemplares, cuidan de sus crías durante aproximadamente dos años, enseñándoles todas las artimañas necesarias para sobrevivir.

Además, poseen una increíble capacidad de adaptación al frío gracias a su habilidad para hibernar durante los duros inviernos. Esta hibernación no es un sueño profundo como normalmente se cree, sino un estado de letargo en el que reducen su actividad y energía, aunque pueden despertarse si se sienten amenazados.

Pese a su apariencia fieramente feroz, el oso pardo suele evitar el contacto humano. Sin embargo, la creciente interferencia humana en su hábitat natural, a causa de la deforestación y de la caza furtiva, ha aumentado su vulnerabilidad. Es por esto que ahora es crucial luchar por la conservación de estas especies, para proteger no sólo al oso pardo, sino también a una parte primordial de nuestro ecosistema natural.