La salamandra es quizás una de las criaturas más fascinantes y misteriosas del mundo animal. Este ser, que parece haber escapado de una leyenda de brujas y magos, en realidad vive en el mundo real, donde tiene muchísimo que enseñarnos.

Las salamandras pertenecen al grupo de los anfibios, y comparten con sus parientes ranas y sapos, esa vida doble, dividida entre agua y tierra. Pero a diferencia de estas últimas, las salamandras han desarrollado una piel lisa y húmeda, y una forma corporal alargada y fina, con la que parecen perseguir el sueño de convertirse en serpientes.

Sin embargo, las auténticas maravillas de las salamandras radican en su extraordinarias habilidades de supervivencia. Una de las primeras cosas que sorprende en este animal es su habilidad para regenerarse. Puede perder una extremidad, su cola, incluso órganos como el corazón y el cerebro, y todo volverá a crecer sin rastro de cicatriz. Es como si tuvieran dentro de sí, en cada célula, una especie de plan de construcción que les permite, inmediatamente, reconstruir lo que se ha perdido.

Las salamandras habitan zonas de clima templado, a menudo en bosques con arroyos y áreas húmedas, donde pueden adecuarse a sus necesidades tanto acuáticas como terrestres. Son animales nocturnos, escondiéndose durante el día bajo rocas, troncos y hojas, saliendo a la superficie a la caída de la noche en busca de alimento.

Pero quizás el rasgo más desconcertante y espectacular de las salamandras es el de ciertas especies que son capaces de soportar el fuego. Es cierto que esto se ha exagerado en algunos cuentos y supersticiones, pero las salamandras comunes pueden atravesar llamas sin sufrir daños, aunque es una habilidad que nunca les conviene utilizar a menos que huya de un depredador.

Y así es la salamandra, un animal que parece haberse fugado de algunas de nuestras pesadillas y fantasías, pero que en lugar de aterrorizarnos nos sorprende y deslumbra con su increíble resistencia y misteriosa belleza.